lunes, 23 de junio de 2008

¿Quién no quiere el fin de ETA?



Publicado en el Levante - EMV , el martes 21 de marzo de 2006

ALFONSO GOÑI - ECONOMISTA

Dentro de la confusión mediática en la que el PP intenta deslegitimar una posible negociación con ETA para el fin de la violencia terrorista, todo vale, descalificar aquello que ellos realizaron cuando eran gobierno, confundir los poderes del Estado para argumentar un trato a favor de los presos, instrumentalizar a las asociaciones de víctimas para generar un sentimiento adverso en la ciudadanía; en fin utilizar todos aquellos mecanismos de que dispone y las artimañas que el sistema le permite para obstaculizar un proceso que no quieren o no les interesa que se culmine positivamente.

Que después de más de 40 años de acciones violentas, alguien pueda imaginar una derrota completa de la banda es bastante ilusorio. En cuantas ocasiones se ha anunciado su debilidad operativa ha vuelto a atentar con mayor ahínco. La historia ha demostrado que sólo con la represión policial no se acaba con el horror. El concepto de guerra no es ni debe ser utilizado en la lucha antiterrorista, dado que no debemos de conceder el estatus de contendientes a los asesinos, pero tampoco nadie puede pensar en una derrota con bandera blanca y entrega de sables como si de una película de hazañas bélicas se tratara.

Solo la incapacidad operativa, el aislamiento político y social, y la reinserción en la vida civil puede descomponer y llevar a la disolución o autodisolución gradual, a una banda armada con un largo y aterrador pasado, un significativo apoyo popular y una capacidad de generar sufrimiento ampliamente constatable, puesto que mataron en la dictadura y en la democracia, con la derecha y con la izquierda, con estado de excepción y sin él, con coacción francesa y sin ella.

Han matado con todos los presidentes democráticos menos con Zapatero. Si durante los 8 años que gobernó la derecha no pudo acabar con ella, carece de autoridad real para decir como hacerlo, y si durante los 8 años de su gobierno persistieron los atentados carece de fuerza moral para oponerse a los planes del actual Gobierno.

Todos han intentado el diálogo y la vía negociadora, y es terriblemente cínico que si Aznar lo intentó el 19-5-99 en Zúrich, niegue ahora la misma posibilidad al siguiente gobierno.

Pero miente y lo sabe, conoce perfectamente los poderes y los mecanismos judiciales, por lo que más que mentir difama para provocar la impresión de que el gobierno ya está empleando medidas pactadas, sabe que no es así, pero trata de descontar efectos positivos a un posible anuncio del final de la violencia. Se dirige a un sector minoritario de la sociedad que por desconocimiento es muy maleable, porcentualmente poco significativo pero electoralmente decisivo, de nuevo hace electoralismo del terrorismo.

Decía la Presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo que la manipulación es tan cruel como la indiferencia y el olvido. Y es verdad, el colectivo de afectados necesita, exige y precisa apoyo, cariño y ventajas positivas en su reinserción física y emotiva en la colectividad, pero nadie los ha elegido para dirigir la política antiterrorista de este país, y sería injusto para ellos, que los ciudadanos los perciban como un tapón a los anhelos de paz de nuestra sociedad.

Cómo es posible que a la derecha, el final de ETA solo les interese si son ellos quienes lo logran, sino no es así, es mejor explotar el miedo de los ciudadanos, el coraje que produce y sacar réditos políticos de los muertos y sus familias.

Entre las muchas diferencias existentes entre este proceso y el del IRA, una de la más importante es la desigual actitud de los conservadores británicos respecto al plan de paz de Blair, y lo que aquí estamos presenciando. Los laboristas apoyaron a Major tanto como los tories al líder británico, nunca hubo críticas exacerbadas ni estridencias o descalificaciones, pese a las diferencias tácticas compartían los propósitos de alcanzar la paz por medio del diálogo.

En nuestro desarrollo histórico aconteció lo mismo en los intentos de Suárez, González y Aznar, pero todo se invierte cuando la oposición altera el prudente silencio por una radicalidad maximalista que fija como objetivo no a la banda sino al propio Zapatero.

Es este un camino largo y lleno de obstáculos, con avances y retrocesos, surgirán fuerzas contrarias a un posible acuerdo en todos los rincones, desde escisiones y traiciones en la banda hasta incomprensiones y fundamentalismos en algunos sectores sociales, pero el gran impulso es la evidencia en los violentos de lo estéril de la lucha armada.

Realizan en suma, una política de intereses de partido y no de país, retornan a la historia cainita española que la transición había dejado atrás, y retroceden a una etapa felizmente superada.
Adquiere la derecha en este ciclo una incalculable responsabilidad política si por su obstrucción se frustra una esperanza y se reanudan los atentados.

¡Claro que la paz tiene un precio!, y un coste político para los que tienen la valentía de luchar por ella, pero siempre vale la pena intentarlo.

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